Luisa Fernanda Montero
Por estos días en los que las tiendas rebosan de compradores y ofertas el dinero se convierte en el actor principal de una opera en la que, a más dinero, más felicidad.
¿Y si no hay dinero?
A muchos las ansias y los deseos se les quedan estancados en el bolsillo, generando una sensación de tristeza e impotencia que no encaja con la temporada. Por eso vale la pena recordar que la capacidad de compra no debe ser determinante a la hora de decidirse a disfrutar de las fiestas decembrinas.
En esta época de nostalgias, villancicos, posadas y novenas los recuerdos de las navidades viejas suelen hacer su aparición y en los rincones de la memoria lo que brilla es el recuerdo de los seres queridos, los abrazos y la alegría que durante años han acompañado las navidades.
Por eso, la invitación para esta navidad es a detenernos un segundo y reflexionar sobre todo lo que podemos dar.
Es claro que el detalle, el presente o el regalo pasan a ser un símbolo del afecto que sentimos por aquellos a quienes obsequiamos; y hay pocos placeres comparables a la alegría de compartir nuestro bienestar con aquellos a quienes amamos, pero cuando lo material lo abarca todo, corremos el riesgo de olvidar lo más importante.
Si, dar es maravilloso; pero además de preciosos regalos envueltos en papel estampado son muchas las cosas que podemos dar y lo mejor: la lista es infinita y no tiene precio.
Podemos obsequiar a los que amamos con nuestra compañía, con nuestra presencia física y emocional.
Podemos obsequiar a quienes nos rodean con una sonrisa sincera.
¿Cuánto cuesta un abrazo?
Podemos repartir todas las palabras amables que no cuestan nada y los cumplidos que generan sonrisas automáticas. Una palabra oportuna puede cambiar en un instante tristezas por alegrías.
Podemos obsequiar nuestro silencio cuando nos decidimos a escuchar y compartir nuestras alegrías para que se multipliquen.
Podemos regalarnos el perdón y perdonar.
Es posible que entre tantos juguetes nuestros hijos olviden cuál vino por cumpleaños y cuál llegó por navidad, pero nunca olvidaran que papá se sentó a su lado para descubrirlo juntos y para empezar a jugar.
A veces nos llenamos la cabeza de números, vivimos en un mundo en el que se contabiliza todo y todo se cuenta en dólares.
No dejemos que el valor de lo material – necesario y calculable – supere el valor de lo espiritual y de lo humano que todos llevamos dentro.
A la hora de celebrar, recordemos que el amor no tiene precio y que la alegría no es sólo cuestión de dinero. ¡Feliz navidad!
lunes, 20 de diciembre de 2010
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