Luisa Fernanda Montero
Cuando el cáncer tocó por primera vez las puertas de mi casa y entró sin pedir permiso y sin ser autorizado vino acompañado de mucho, mucho miedo y una gran confusión. Lo peor fue que no llegó en un buen momento – ¿existe buen momento para el cáncer? -, llegó en un momento de crisis, a acrecentar la crisis; pero gracias al apoyo familiar y al de unos pocos pero muy buenos amigos, mi madre y yo superamos su diagnóstico.
Tras una histerectomía -extracción de la matriz-, varias quimioterapias y muchas radioterapias mi madre vive sus más de 60 como una treintañera feliz.
Pero los retos fueron muchos y hubieran sido mucho más difíciles de superar sin el profesionalismo y la increíble calidad humana del personal médico y social del Washington Hospital Center de esta capital donde nos atendieron y nos curaron. Y digo nos, porque el cáncer no ataca sólo al paciente, ataca a su familia y a su entorno en general.
La detección temprana fue fundamental para el éxito del tratamiento y la recuperación de mi madre; por eso, recordar insistentemente la importancia vital de los chequeos médicos periódicos y las visitas de control nunca estará de más.
Entre las preocupaciones que entonces me atormentaban había muchas preguntas ¿Cómo debo enfrentar la enfermedad ante mi madre? ¿Debo ser su hija o su enfermera? ¿Debo ser complaciente o estricta? ¿Qué es lo que ella necesita de mí? ¿Qué es lo correcto? ¿Cuál es mi papel en esta lucha?
Seguramente cometí muchos errores, porque contrario a lo que cualquiera pudiera desear, las respuestas no llegaban con la velocidad que yo esperaba y el día a día requería de mi acción inmediata. Pero estoy segura de que estas preguntas, entre otras muchas, confrontan a los esposos, hijos, padres y madres que tienen que lidiar con el cáncer en el mundo. Las respuestas sólo pueden venir de la mano del amor, el conocimiento y la comunicación.
Cuando el cáncer llega, cambia la vida. Si, se vive después del cáncer y son miles los testimonios que lo demuestran pero superarlo requiere la acción efectiva y conjunta del paciente, el cuerpo médico, la familia y el entorno social.
Por eso, la familia debe informarse a cabalidad sobre el tipo de cáncer, los síntomas, el tratamiento y sus consecuencias. La familia debe decidir sobre la toma de decisiones, que pueden ser muchas y muy difíciles y que pueden llegar a ser necesarias en momentos en que el paciente este incapacitado para participar en ellas.
En esos momentos la familia debe priorizar el diálogo y determinar la mejor forma de manejar los retos de la cotidianidad como el transporte, el suministro de medicinas, la dieta y aquellos directamente relacionados con el tratamiento. Los médicos necesitarán autorización para realizar algunos procedimientos, por eso, la familia debe estar informada y conocer sus opciones para tomar las mejores decisiones.
La lucha contra el cáncer no es fácil y pondrá a prueba la fortaleza de la unidad familiar y su capacidad de reacción, pero sus posibilidades de triunfar y convertirse en sobreviviente son muchas. Es bueno que sepa que usted y su familia no están solos, que aun si no cuenta con un seguro médico, hay gran cantidad de recursos a su disposición que pueden ayudarlo en el proceso.
Puede ampliar esta información en el Instituto Nacional del Cáncer en http://www.cancer.gov/espanol, en la página de Livestrong de la Fundación Lance Armstrong en http://www.livestrongespanol o en la Sociedad Americana contra el Cáncer visitando http://www.cancer.org/Espanol.
lunes, 28 de febrero de 2011
lunes, 21 de febrero de 2011
Pies saludables, zapatos justos
Luisa Fernanda Montero
Insisto, tenemos que encontrar el equilibrio. A veces las pequeñas cosas que hacen parte de nuestra cotidianidad tienen más importancia de la que les damos y si no nos damos cuenta, podemos cometer errores graves que pueden causarnos muchas molestias y, algunas veces, mucho dolor.
Nuestros pies soportan día a día – para no hablar de las noches – el peso de nuestro cuerpo; sin ellos no podríamos caminar, bailar y correr como lo hacemos y sin embargo, muchas veces, a no ser de que nos hagan sufrir, nos olvidamos de ellos.
Pero si empezamos a cuidarlos a tiempo, podemos llegar a la vejes sin tener que padecer las consecuencias de nuestro descuido.
Para protegerlos, una de las principales cosas que recomiendan los expertos, es no caminar descalzos, por eso, entre otras causas evidentes, los zapatos son los eternos compañeros de nuestros pies, y aunque a la hora de adquirirlos le demos prioridad al estilo, al color o a la moda – sobre todo las mujeres – debemos tener en cuenta ciertas recomendaciones para que nuestros zapatos cumplan el fin para el que fueron creados: proteger nuestros pies y facilitar nuestra movilidad.
Las mujeres suelen sufrir en los pies las consecuencias de una vanidad que se aferra a los tacones altos y a los zapatos puntudos; pero los hombres no se quedan atrás, muchas veces hacen sacrificios varoniles por llevar puestos los zapatos de su predilección.
El problema es que los zapatos inadecuados, pueden no sólo lastimar o generar molestias en la piel – como callos - si no deformar los pies definitivamente y crear juanetes, afectar la columna vertebral y generar molestias en la espalda, la cadera o las rodillas.
Por eso, la próxima vez que vaya a comprar zapatos, piense que el zapato debe adaptarse a su pie y cumplir su función protectora, que a largo plazo, es mucho más importante que la estética.
Para empezar, no compre zapatos que le aprieten. No van a ceder. Las tallas son una referencia, pero varían de acuerdo al fabricante o el modelo, y además, el tamaño del pie cambia con el tiempo. Asegúrese de que sus dedos tengan espacio para moverse y mídase ambos zapatos.
A la hora de ir a la tienda saque el tiempo suficiente para comprar con calma y prefiera hacerlo en la noche, cuando sus pies tienden a estar inflamados, si los compra en la mañana es posible que en la noche le aprieten. Un buen zapato debe ser flexible, debe doblarse igual que las articulaciones de sus dedos.
Los maravillosos tacones, elevan la estatura y dan porte y elegancia, si, pero también desplazan el peso del cuerpo hacia delante, aumentan la presión sobre los dedos y cambian los puntos de apoyo del pie resintiendo las articulaciones y causando juanetes.
Si además de altos, son estrechos tanto peor. Los zapatos demasiado estrechos resienten el tendón de Aquiles, causan deformidades en los dedos, comprimen los nervios e interfieren la circulación.
Los expertos no recomiendan los zapatos de plástico o sandalias con tiras entre los dedos; y si lo suyo son los tenis, asegúrese de que sean de su talla para evitar ampollas y procure que sean cómodos y estén hechos con materiales transpirables. Nunca los use sin medias y prefiera que estas sean de lana o algodón, ayudan a mantener los pies secos.
No desestime las exigencias de sus pies, si tiene dolores o molestias, pídale a su médico que lo examine y recuerde, zapatos justos, pies saludables.
Insisto, tenemos que encontrar el equilibrio. A veces las pequeñas cosas que hacen parte de nuestra cotidianidad tienen más importancia de la que les damos y si no nos damos cuenta, podemos cometer errores graves que pueden causarnos muchas molestias y, algunas veces, mucho dolor.
Nuestros pies soportan día a día – para no hablar de las noches – el peso de nuestro cuerpo; sin ellos no podríamos caminar, bailar y correr como lo hacemos y sin embargo, muchas veces, a no ser de que nos hagan sufrir, nos olvidamos de ellos.
Pero si empezamos a cuidarlos a tiempo, podemos llegar a la vejes sin tener que padecer las consecuencias de nuestro descuido.
Para protegerlos, una de las principales cosas que recomiendan los expertos, es no caminar descalzos, por eso, entre otras causas evidentes, los zapatos son los eternos compañeros de nuestros pies, y aunque a la hora de adquirirlos le demos prioridad al estilo, al color o a la moda – sobre todo las mujeres – debemos tener en cuenta ciertas recomendaciones para que nuestros zapatos cumplan el fin para el que fueron creados: proteger nuestros pies y facilitar nuestra movilidad.
Las mujeres suelen sufrir en los pies las consecuencias de una vanidad que se aferra a los tacones altos y a los zapatos puntudos; pero los hombres no se quedan atrás, muchas veces hacen sacrificios varoniles por llevar puestos los zapatos de su predilección.
El problema es que los zapatos inadecuados, pueden no sólo lastimar o generar molestias en la piel – como callos - si no deformar los pies definitivamente y crear juanetes, afectar la columna vertebral y generar molestias en la espalda, la cadera o las rodillas.
Por eso, la próxima vez que vaya a comprar zapatos, piense que el zapato debe adaptarse a su pie y cumplir su función protectora, que a largo plazo, es mucho más importante que la estética.
Para empezar, no compre zapatos que le aprieten. No van a ceder. Las tallas son una referencia, pero varían de acuerdo al fabricante o el modelo, y además, el tamaño del pie cambia con el tiempo. Asegúrese de que sus dedos tengan espacio para moverse y mídase ambos zapatos.
A la hora de ir a la tienda saque el tiempo suficiente para comprar con calma y prefiera hacerlo en la noche, cuando sus pies tienden a estar inflamados, si los compra en la mañana es posible que en la noche le aprieten. Un buen zapato debe ser flexible, debe doblarse igual que las articulaciones de sus dedos.
Los maravillosos tacones, elevan la estatura y dan porte y elegancia, si, pero también desplazan el peso del cuerpo hacia delante, aumentan la presión sobre los dedos y cambian los puntos de apoyo del pie resintiendo las articulaciones y causando juanetes.
Si además de altos, son estrechos tanto peor. Los zapatos demasiado estrechos resienten el tendón de Aquiles, causan deformidades en los dedos, comprimen los nervios e interfieren la circulación.
Los expertos no recomiendan los zapatos de plástico o sandalias con tiras entre los dedos; y si lo suyo son los tenis, asegúrese de que sean de su talla para evitar ampollas y procure que sean cómodos y estén hechos con materiales transpirables. Nunca los use sin medias y prefiera que estas sean de lana o algodón, ayudan a mantener los pies secos.
No desestime las exigencias de sus pies, si tiene dolores o molestias, pídale a su médico que lo examine y recuerde, zapatos justos, pies saludables.
lunes, 14 de febrero de 2011
La sal de la vida
Luisa Fernanda Montero
En la medida en que trato, como todos, de lidiar con los avances de la edad y las debilidades del cuerpo, voy comprobando que mantenerse informado es fundamental e imprescindible a la hora de decidir que ponemos en nuestra mesa.
Y no puedo dejar de pensar en el viejo decir romano, “al pueblo: pan y circo”. Con esta vieja, viejísima formula nos han traído por siglos y las consecuencias saltan a la vista.
No vamos a hablar de los pueblos a los que ni el pan les llega, es bien sabido que el hambre azota y sigue azotando pueblos enteros. Vamos a hablar de los pueblos, como el estadounidense, en los que a pesar de haber solucionado en gran medida los asuntos de la subsistencia básica, se sigue sufriendo por la deficiencia alimentaría.
El hambre - por suerte - no es una epidemia en Estados Unidos, pero si lo son enfermedades como la diabetes y la obesidad, para no hablar de los males del corazón.
Cuan diferente seria nuestra vida, nuestra juventud y nuestro otoño, si desde el comienzo siguiéramos las mínimas pautas de la cordura en lo que a alimentación se refiere.
Pero lamentablemente, el bombardeo publicitario permanente que nos abruma con coloridos anuncios sobre las delicias de las bebidas colas – atiborradas de azúcar, entre otras cosas – y las muy bien llamadas comidas rápidas, que gracias a sus altos niveles de grasa pueden, haciendo honor a su nombre, arruinar rápidamente lo que llamamos salud; nos llega más eficientemente que la información sobre lo que debemos consumir para nutrirnos adecuadamente.
Muy mal. Y muy mal también que los gobiernos deban esperar el avance de las epidemias para reforzar sus políticas de salud pública.
Hace unos días, el Departamento de Agricultura y el de Salud y Servicios Humanos se unieron para recordarnos que para ser saludables, la mejor formula es bajarle a las calorías y subirle al ejercicio.
Muy bien. Muy bien. Pero, y ¿que hacemos con las adicciones a las colas con chispitas y los excesos de azúcar, entre otras perlas?
Juiciosamente, la Guía Alimentaría de las entidades arriba mencionadas, recomienda disfrutar de nuestros alimentos, pero bajarle a la cantidad, evitar las porciones exageradas, llenar la mitad de nuestro plato con frutas y vegetales, consumir leche sin grasa o con muy pocas cantidades de grasa, tomar más agua y menos bebidas azucaradas y bajarle también al sodio o mejor dicho, a la gloriosa sal.
He dado por tanto en deducir que la sal algo malo ha de causar. Pero, ¿que?
¿Que puede haber de dañino en esa lluvia blanca que cubre mis huevos fritos?
A pesar de ser indispensable para la vida, el exceso de sodio puede generar problemas cardiovasculares e hipertensión, entre otros. Por eso la recomendación oficial es reducir su consumo a la mitad de una cucharadita, en particular a la población que supera los 50 años, a cualquiera que sufra de hipertensión, diabetes o enfermedad renal crónica.
A los que quedan, el gobierno les recomienda una cucharadita de sal al día, cucharadita, o sea de la chiquita; eso equivale a 2 mil 300 miligramos, es decir, un tercio menos de lo que consume en promedio una persona.
Lo malo, es que gran parte de esa cantidad, viene ya incluida en muchos de los alimentos que consumimos, como el pan y las pastas, para no alargar la lista, porque hasta la carne tiene su porción de sal.
Así que volvemos al principio, tenemos que educarnos, informarnos, saber que cantidad de sodio estamos consumiendo diariamente, leer las etiquetas de los alimentos y sumar; porque aunque el gobierno le ha hecho un llamado a los fabricantes para que reduzcan las cantidades de sodio en sus productos, eso no va a pasar de un día para otro.
Mientras tanto no nos queda más que hacer el esfuerzo e irle bajando a la sal de la vida. Si acostumbramos a nuestros hijos desde pequeños a consumir sal con moderación, les haremos la vida más fácil y mejor, o bueno, por lo menos disminuiremos sus riesgos de hipertensión arterial.
En la medida en que trato, como todos, de lidiar con los avances de la edad y las debilidades del cuerpo, voy comprobando que mantenerse informado es fundamental e imprescindible a la hora de decidir que ponemos en nuestra mesa.
Y no puedo dejar de pensar en el viejo decir romano, “al pueblo: pan y circo”. Con esta vieja, viejísima formula nos han traído por siglos y las consecuencias saltan a la vista.
No vamos a hablar de los pueblos a los que ni el pan les llega, es bien sabido que el hambre azota y sigue azotando pueblos enteros. Vamos a hablar de los pueblos, como el estadounidense, en los que a pesar de haber solucionado en gran medida los asuntos de la subsistencia básica, se sigue sufriendo por la deficiencia alimentaría.
El hambre - por suerte - no es una epidemia en Estados Unidos, pero si lo son enfermedades como la diabetes y la obesidad, para no hablar de los males del corazón.
Cuan diferente seria nuestra vida, nuestra juventud y nuestro otoño, si desde el comienzo siguiéramos las mínimas pautas de la cordura en lo que a alimentación se refiere.
Pero lamentablemente, el bombardeo publicitario permanente que nos abruma con coloridos anuncios sobre las delicias de las bebidas colas – atiborradas de azúcar, entre otras cosas – y las muy bien llamadas comidas rápidas, que gracias a sus altos niveles de grasa pueden, haciendo honor a su nombre, arruinar rápidamente lo que llamamos salud; nos llega más eficientemente que la información sobre lo que debemos consumir para nutrirnos adecuadamente.
Muy mal. Y muy mal también que los gobiernos deban esperar el avance de las epidemias para reforzar sus políticas de salud pública.
Hace unos días, el Departamento de Agricultura y el de Salud y Servicios Humanos se unieron para recordarnos que para ser saludables, la mejor formula es bajarle a las calorías y subirle al ejercicio.
Muy bien. Muy bien. Pero, y ¿que hacemos con las adicciones a las colas con chispitas y los excesos de azúcar, entre otras perlas?
Juiciosamente, la Guía Alimentaría de las entidades arriba mencionadas, recomienda disfrutar de nuestros alimentos, pero bajarle a la cantidad, evitar las porciones exageradas, llenar la mitad de nuestro plato con frutas y vegetales, consumir leche sin grasa o con muy pocas cantidades de grasa, tomar más agua y menos bebidas azucaradas y bajarle también al sodio o mejor dicho, a la gloriosa sal.
He dado por tanto en deducir que la sal algo malo ha de causar. Pero, ¿que?
¿Que puede haber de dañino en esa lluvia blanca que cubre mis huevos fritos?
A pesar de ser indispensable para la vida, el exceso de sodio puede generar problemas cardiovasculares e hipertensión, entre otros. Por eso la recomendación oficial es reducir su consumo a la mitad de una cucharadita, en particular a la población que supera los 50 años, a cualquiera que sufra de hipertensión, diabetes o enfermedad renal crónica.
A los que quedan, el gobierno les recomienda una cucharadita de sal al día, cucharadita, o sea de la chiquita; eso equivale a 2 mil 300 miligramos, es decir, un tercio menos de lo que consume en promedio una persona.
Lo malo, es que gran parte de esa cantidad, viene ya incluida en muchos de los alimentos que consumimos, como el pan y las pastas, para no alargar la lista, porque hasta la carne tiene su porción de sal.
Así que volvemos al principio, tenemos que educarnos, informarnos, saber que cantidad de sodio estamos consumiendo diariamente, leer las etiquetas de los alimentos y sumar; porque aunque el gobierno le ha hecho un llamado a los fabricantes para que reduzcan las cantidades de sodio en sus productos, eso no va a pasar de un día para otro.
Mientras tanto no nos queda más que hacer el esfuerzo e irle bajando a la sal de la vida. Si acostumbramos a nuestros hijos desde pequeños a consumir sal con moderación, les haremos la vida más fácil y mejor, o bueno, por lo menos disminuiremos sus riesgos de hipertensión arterial.
lunes, 7 de febrero de 2011
¡A pagar los impuestos!
Luisa Fernanda Montero
Cuando llega la hora de ajustar las cuentas con el Tío Sam, hay varias cosas que debemos saber. El pago oportuno de los impuestos es fundamental para nuestra salud financiera y puede beneficiarnos de muchas formas, además, es un requerimiento legal al que no debemos ignorar aun si nuestra situación migratoria no está definida.
Si usted ha trabajado en Estados Unidos, debe pagar impuestos, para hacerlo necesita un Número de Seguro Social, SSN, pero si no es residente legal o ciudadano, debe y puede hacerlo a través de un Número de Identificación Personal de Contribuyente o ITIN, que es un número tributario otorgado por el Servicio de Impuestos Internos, IRS, por sus siglas en inglés.
El número de nueve dígitos es otorgado por el IRS a aquellas personas que carecen de un Número de Seguro Social y que lo solicitan con el fin de cumplir con su obligación tributaria.
El ITIN se emite sin tener en cuenta el estado migratorio del solicitante y no tiene ningún otro propósito, de acuerdo con el IRS; sin embargo, si usted cumple con sus obligaciones tributarias, se verá beneficiado a la hora de regularizar su situación migratoria, porque puede probar que ha estado en este país gracias a sus declaraciones de impuestos y además, demostrar su buen carácter moral.
Si quiere solicitar un ITIN, debe llenar el formulario W-7SP; para ello puede contactar directamente al Servicio de Impuestos Internos, o asesorarse a través de un preparador de impuestos.
Si decide pagar sus impuestos a través de un preparador, ocúpese de elegir cuidadosamente a esa persona. Recuerde que todo contribuyente es legalmente responsable de su propia declaración, aún cuando otra persona se la prepare.
Por regla general, la persona a la que usted le pague por el servicio de preparar, ayudar a preparar o revisar su declaración de impuestos, debe firmarla y llenar los espacios en blanco reservados para el preparador remunerado de su declaración de impuestos.
El preparador deberá entregarle a usted una copia de su declaración de impuestos, además de la copia que presente al IRS.
Entre más pronto empiece a preparar su declaración, mejor. Los contribuyentes que preparan sus declaraciones temprano, evitan problemas de último minuto y reciben sus reembolsos más rápido.
A la hora de declarar, asegúrese de tener a la mano todos los documentos que necesita incluyendo los formularios W-2 y 1099, no olvide guardar una copia para su archivo personal, verificar la información suministrada y comprobar que su nombre, su número de seguro social o su ITIN están correctamente escritos.
Recuerde que del afán no queda si no el cansancio, dedíquele el tiempo necesario a la preparación de su declaración. Si necesita ampliar esta información puede visitar la página del IRS en español en www.irs.gov/espanol o llamar sin cargo al 1-800-829-1040.
Cuando llega la hora de ajustar las cuentas con el Tío Sam, hay varias cosas que debemos saber. El pago oportuno de los impuestos es fundamental para nuestra salud financiera y puede beneficiarnos de muchas formas, además, es un requerimiento legal al que no debemos ignorar aun si nuestra situación migratoria no está definida.
Si usted ha trabajado en Estados Unidos, debe pagar impuestos, para hacerlo necesita un Número de Seguro Social, SSN, pero si no es residente legal o ciudadano, debe y puede hacerlo a través de un Número de Identificación Personal de Contribuyente o ITIN, que es un número tributario otorgado por el Servicio de Impuestos Internos, IRS, por sus siglas en inglés.
El número de nueve dígitos es otorgado por el IRS a aquellas personas que carecen de un Número de Seguro Social y que lo solicitan con el fin de cumplir con su obligación tributaria.
El ITIN se emite sin tener en cuenta el estado migratorio del solicitante y no tiene ningún otro propósito, de acuerdo con el IRS; sin embargo, si usted cumple con sus obligaciones tributarias, se verá beneficiado a la hora de regularizar su situación migratoria, porque puede probar que ha estado en este país gracias a sus declaraciones de impuestos y además, demostrar su buen carácter moral.
Si quiere solicitar un ITIN, debe llenar el formulario W-7SP; para ello puede contactar directamente al Servicio de Impuestos Internos, o asesorarse a través de un preparador de impuestos.
Si decide pagar sus impuestos a través de un preparador, ocúpese de elegir cuidadosamente a esa persona. Recuerde que todo contribuyente es legalmente responsable de su propia declaración, aún cuando otra persona se la prepare.
Por regla general, la persona a la que usted le pague por el servicio de preparar, ayudar a preparar o revisar su declaración de impuestos, debe firmarla y llenar los espacios en blanco reservados para el preparador remunerado de su declaración de impuestos.
El preparador deberá entregarle a usted una copia de su declaración de impuestos, además de la copia que presente al IRS.
Entre más pronto empiece a preparar su declaración, mejor. Los contribuyentes que preparan sus declaraciones temprano, evitan problemas de último minuto y reciben sus reembolsos más rápido.
A la hora de declarar, asegúrese de tener a la mano todos los documentos que necesita incluyendo los formularios W-2 y 1099, no olvide guardar una copia para su archivo personal, verificar la información suministrada y comprobar que su nombre, su número de seguro social o su ITIN están correctamente escritos.
Recuerde que del afán no queda si no el cansancio, dedíquele el tiempo necesario a la preparación de su declaración. Si necesita ampliar esta información puede visitar la página del IRS en español en www.irs.gov/espanol o llamar sin cargo al 1-800-829-1040.
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