lunes, 14 de febrero de 2011

La sal de la vida

Luisa Fernanda Montero

En la medida en que trato, como todos, de lidiar con los avances de la edad y las debilidades del cuerpo, voy comprobando que mantenerse informado es fundamental e imprescindible a la hora de decidir que ponemos en nuestra mesa.

Y no puedo dejar de pensar en el viejo decir romano, “al pueblo: pan y circo”. Con esta vieja, viejísima formula nos han traído por siglos y las consecuencias saltan a la vista.

No vamos a hablar de los pueblos a los que ni el pan les llega, es bien sabido que el hambre azota y sigue azotando pueblos enteros. Vamos a hablar de los pueblos, como el estadounidense, en los que a pesar de haber solucionado en gran medida los asuntos de la subsistencia básica, se sigue sufriendo por la deficiencia alimentaría.

El hambre - por suerte - no es una epidemia en Estados Unidos, pero si lo son enfermedades como la diabetes y la obesidad, para no hablar de los males del corazón.

Cuan diferente seria nuestra vida, nuestra juventud y nuestro otoño, si desde el comienzo siguiéramos las mínimas pautas de la cordura en lo que a alimentación se refiere.

Pero lamentablemente, el bombardeo publicitario permanente que nos abruma con coloridos anuncios sobre las delicias de las bebidas colas – atiborradas de azúcar, entre otras cosas – y las muy bien llamadas comidas rápidas, que gracias a sus altos niveles de grasa pueden, haciendo honor a su nombre, arruinar rápidamente lo que llamamos salud; nos llega más eficientemente que la información sobre lo que debemos consumir para nutrirnos adecuadamente.

Muy mal. Y muy mal también que los gobiernos deban esperar el avance de las epidemias para reforzar sus políticas de salud pública.

Hace unos días, el Departamento de Agricultura y el de Salud y Servicios Humanos se unieron para recordarnos que para ser saludables, la mejor formula es bajarle a las calorías y subirle al ejercicio.

Muy bien. Muy bien. Pero, y ¿que hacemos con las adicciones a las colas con chispitas y los excesos de azúcar, entre otras perlas?

Juiciosamente, la Guía Alimentaría de las entidades arriba mencionadas, recomienda disfrutar de nuestros alimentos, pero bajarle a la cantidad, evitar las porciones exageradas, llenar la mitad de nuestro plato con frutas y vegetales, consumir leche sin grasa o con muy pocas cantidades de grasa, tomar más agua y menos bebidas azucaradas y bajarle también al sodio o mejor dicho, a la gloriosa sal.

He dado por tanto en deducir que la sal algo malo ha de causar. Pero, ¿que?
¿Que puede haber de dañino en esa lluvia blanca que cubre mis huevos fritos?

A pesar de ser indispensable para la vida, el exceso de sodio puede generar problemas cardiovasculares e hipertensión, entre otros. Por eso la recomendación oficial es reducir su consumo a la mitad de una cucharadita, en particular a la población que supera los 50 años, a cualquiera que sufra de hipertensión, diabetes o enfermedad renal crónica.

A los que quedan, el gobierno les recomienda una cucharadita de sal al día, cucharadita, o sea de la chiquita; eso equivale a 2 mil 300 miligramos, es decir, un tercio menos de lo que consume en promedio una persona.

Lo malo, es que gran parte de esa cantidad, viene ya incluida en muchos de los alimentos que consumimos, como el pan y las pastas, para no alargar la lista, porque hasta la carne tiene su porción de sal.

Así que volvemos al principio, tenemos que educarnos, informarnos, saber que cantidad de sodio estamos consumiendo diariamente, leer las etiquetas de los alimentos y sumar; porque aunque el gobierno le ha hecho un llamado a los fabricantes para que reduzcan las cantidades de sodio en sus productos, eso no va a pasar de un día para otro.

Mientras tanto no nos queda más que hacer el esfuerzo e irle bajando a la sal de la vida. Si acostumbramos a nuestros hijos desde pequeños a consumir sal con moderación, les haremos la vida más fácil y mejor, o bueno, por lo menos disminuiremos sus riesgos de hipertensión arterial.

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